Entrevista a Sergio Vainroj, Músico y Veterano de Malvinas

El Himno inconcluso

 

¿Cuántas historias valiosas de lucha y de vida ─y de música─ tenemos junto a nosotros, o pasan a centímetros sin que las veamos? También las hay en el SAdeM. Como la de Sergio Vainroj, pianista, acordeonista, flautista, veterano de Malvinas y ejecutante de nuestro Himno Nacional en circunstancias tan inéditas como las que describió para La Nota. Como músico, Sergio es además autor del tango “Soldado bueno”, único homenaje tanguero que se conozca a los conscriptos de aquella gesta. Y como docente donó para nuestra Escuela Popular de Música un material didáctico elaborado sobre la experiencia que aquí relata.

 

LN: ¿Qué trabajos estás haciendo como músico? ¿Cómo llegaste al Sindicato de Músicos?

SV: Yo soy pianista. Ahora tengo 56 años. Estudié desde muy chico y empecé a actuar formalmente a los 14, en el ’77-’78… Mis padres no eran músicos, pero en mi casa se respiraba música, y a mí siempre me gustó la música.

En el Sindicato estoy desde el 2000-2001. Yo venía trabajando desde hacía años como músico solista; formé agrupaciones como pianista y también como acordeonista, pero fundamentalmente soy solista. Durante algunos años me dediqué a la música klezmer, una música de origen balcánico, una especie de fusión con contenidos culturales judíos y otros no. Y también soy docente en escuelas públicas de la provincia de Buenos Aires. En los ’80 trabajé en escuelas e instituciones de la colectividad judía, como docente y como músico, pero ahora hace ya 18 años que me desempeño en el nivel secundario.

La idea de afiliarme surgió por un amigo, yo ni sabía de la existencia de un sindicato de músicos; él me lo sugirió, y la verdad que me causó mucha satisfacción saber que estábamos representados. Y en estos días vine al SAdeM a tramitar mi jubilación. Porque yo, además de músico, soy veterano de Malvinas, soldado conscripto: me tocó combatir en Malvinas, y los veteranos tenemos la posibilidad de una jubilación anticipada; pero hay que reunir 20 años de aportes, y yo tengo 18. Por eso ahora estoy previniendo esa complicación… También tengo una carrera musical ─ya que actué como pianista en teatros, salas, etc.─ y quiero jubilarme como músico; y como muchas veces los músicos no exigimos a nuestros empleadores una constancia, o los empleadores no nos hacen los aportes porque consideran que la música no es un trabajo, resulta que me quedé sin esos aportes. A mí no me falta tanto, sólo dos años: podría trabajar dos años más y prescindir de esos aportes; pero la verdad creo que me corresponde que el ANSES reconozca esos años.

LN: ¿Y en el SAdeM encontraste el respaldo que esperabas?

SV: Sí, muchísimo. La verdad que estoy muy agradecido, porque el SAdeM me hizo una nota, muy linda y muy bien fundamentada, para presentar al ANSES. Así que estoy asombrado, agradecido, y veremos qué curso tiene… Si lo logro, lo consideraría no sólo una satisfacción personal, sino tambièn para todos los músicos. Moralmente nos corresponde, y legalmente sé que hay proyectos de ley para reconocer el trabajo musical. Lo pienso, incluso, a raíz de mi participación musical en Malvinas, un episodio único que me tocó vivir cuando fui prisionero de los ingleses. O sea que el logro tendrìa un valor no sólo individual, sino social.

LN: Según el video que me hiciste llegar, resulta que no sólo sos pianista y acordeonista, sino también flautista…

SV: Bueno, lo que pasa es que yo amo la música desde que nací, y como de chico mis padres no tenían recursos suficientes como para comprarme un piano, me compraron una flauta dulce. Ese fue mi primer instrumento, sacaba al toque cualquier canción. Y me la llevé cuando me convocaron al servicio militar y después a Malvinas, porque me acompañaba a todas partes… Antes de que los ingleses desembarcaran y empezara la guerra propiamente dicha, siempre que me pedían (o que se podía) yo tocaba algún tema en la flauta.

LN: Contanos cómo fue el episodio del piano y el himno nacional que tocaste estando prisionero…

SV: Cuando pasó toda la guerra y tras el alto el fuego se pactó la rendición, pasamos a estar a las órdenes de los ingleses. Nos hicieron caminar encolumnados hasta el aeropuerto a 3 kilómetros para dejar todo el armamento y volver esos 3 km hasta el puerto, donde estaban los buques que nos traerían de vuelta a la Argentina. Yo fui a parar al Canberra, un barco que era inglés pero no de guerra sino contratado a una empresa de turismo; tenía un montón de salones, confiterías, etc. Habían sacado todo lo que tenía que ver con turismo ─mesas, sillas─, pero en una de esas confiterías, donde nos alojaron el primer día, no habían podido sacar el piano. Nos hicieron sentar en ese gran salón. Éramos unos 300. Yo, desde chico, donde hay un piano me olvido de dónde estoy y quiero ir a tocar… Le di con el codo a mi amigo Carlos Sabin (más tarde fallecido en un accidente, en el 2003), le mostré el piano, y él me alentó a que fuera a tocar. Yo le dije que éramos prisioneros, que nos iban a matar. Pero él me alentó. Así que me acerqué al soldado ingés que estaba junto al piano y le dije “I play the piano”. “OK”, me dijo, y levantó la tapa del piano. Empecé a tocar: Bach, “Adiós nonino” de Piazzolla, “Let it be” de Los Beatles que los soldados ingleses empezaron a tararear…

En ese ambiente calefaccionado al que llegábamos después de días de soportar llovizna y temperaturas bajo cero, se creó un gran silencio… Hasta que Carlos Sabin me dijo “Sergio, tocá el himno”, y otros compañeros insistieron. Yo interpreté esa necesidad, ese sentimiento de identidad; era como decir “estamos prisioneros pero la peleamos hasta el final”. Y empecè con los acordes del Himno Nacional. Llegué a tocar una buena parte. Para los soldados ingleses era una música más, pero un oficial argentino dijo “Soldados, todos de pie!”, y todos se pararon. Fue una reacción instantánea. Los ingleses no entendían nada, pero se dieron cuenta de que pasaba algo: empezaron a pedir refuerzos, escuchábamos las botas corriendo por los pasillos, y empezaron a gritar “Sit down!. Sit down!”. El inglés que me había abierto el piano me revoleó y me empujó con la culata del fusil, y fui a caer sobre mis compañeros sentados en el piso. Todavía me acuerdo del ruido de las correderas de los fusiles y los soldados apuntándonos…

Durante muchos años yo no conté este episodio, porque a la vuelta al continente los militares nos obligaron a firmar un pacto de silencio: sólo se nos permitía hablar de la geografía de Malvinas, pero nada de la guerra… Costó muchos años hablar sobre Malvinas. Pero un día lo conté, y mi papá me sugirió escribirlo. Lo escribí y lo presenté, con el título “El Himno inconcluso”, en un certamen literario del Ejército sobre historias verídicas de guerra. Y obtuve el 2° premio.

Después de Malvinas, a nosotros la dictadura nos mal llamó “Los chicos de la guerra”, como aquella película de Bebe Kamin que es muy pobre, porque no refleja lo que fue esa guerra. Nosotros éramos chicos de edad ─teníamos 18 o 19 años─, pero lo guerra nos hizo hombres de un día al otro: bailar con la muerte todos los días, y ver morir a compañeros, fue dejar de ser “chicos”, y pasar a ser combatientes por la vida. La causa era muy justa porque se trataba de la soberanía nacional, y por todo el apoyo popular que hubo; pero no estuvo bien manejada. La causa de Malvinas la tenemos metida desde la infancia y desde muchas generaciones atrás, por razones territoriales y también históricas. Es un tema colonial. Pero esa guerra fue un invento de la dictadura para quedarse, porque ya se terminaba su “misión” en la Argentina, como en toda América Latina…

LN: Por eso tocar el Himno en esas circunstancias fue un gesto muy simbólico. Supongo que muchos de tus compañeros te lo habrán dicho después…

SV: Sí, me lo dijeron y me lo siguen diciendo. Y más cuando se supo quién había sido el que tocó el Himno, por ejemplo en una de nuestras reuniones de los viernes en el Centro de Veteranos de Guerra de Morón, al que pertenezco.